martes, 30 de junio de 2009


Derechazo de De Narváez, Cobos y Unión-Pro
La restauración conservadora
Por Adrián Murano- El triunfo del multimillonario en tierra bonaerense fue lo más rutilante de una elección signada por el regreso de los cruzados de la derecha. La amenaza neoliberal y el desafío del Gobierno: cómo salir fortalecido de la adversidad.
"La izquierda se hunde cuando imita a la derecha.” El título catástrofe pertenece a Público, el periódico español de izquierda, que resumió así la evaluación de catorce intelectuales que analizaron la dura derrota del progresismo en las elecciones europeas concluidas a principios de este mes. Tras la hecatombe –20 de las 27 naciones de la UE ratificaron sus mandatos conservadores–, el periódico se preguntó –y preguntó– por qué la derecha se había consolidado en medio de la debacle neoliberal.
¿Acaso no fue la derecha y sus recetas los que nos llevaron al peor de los mundos? ¿No fueron ellos, con sus petrodólares, Consenso de Washington, privatizaciones, Estado ausente y/o bobo los que provocaron una epidemia de hambre, explotación e injusticia social? En definitiva: ¿por qué, si ellos hicieron lo que hicieron, la sociedad ratificó el liderazgo de los perpetradores?
Con sus inevitables diferencias –la izquierda suele regodearse en ellas–, los consultados por Público coincidieron en el diagnóstico: el mérito de la derrota pertenecía a los derrotados. “En épocas de grandes crisis las fórmulas simplificadas y totalizadoras de la derecha tienen más recorrido y éxito que las propuestas complejas, moderadas y serias de la socialdemocracia”, concluyó el ex presidente español Felipe González, un paladín del progresismo moderado. ¿Será que, fiel a los postulados de la mercadotecnia, la derecha encontró en su propia crisis una nueva oportunidad? En la Argentina, al menos, las elecciones parecen evidenciar que sí.
En la edición 573 de Veintitrés una docena de candidatos, intelectuales, dirigentes y ciudadanos explicaron por qué el país no podía permitirse volver a la década del noventa. A riesgo de irritar a los lectores más fieles con la repetición, vale la pena resumir algunos de los motivos expuestos por los consultados:
Prevenir una “nueva década infame”, dijo Margarita Stolbizer.
“No subordinar el Estado a las corporaciones del poder económico y financiero”, sostuvo el socialista Héctor Polino.
Evitar los “suicidios de hombres que tomaban esa decisión por la desazón que les generaba el cierre de fábricas, la falta de trabajo, la desesperación por no poder asistir a su familia”, recordó el sacerdote Luis Farinello.
Porque “uno sería un cretino si quisiera volver a las AFJP, que fueron una estafa para los argentinos, dado que surgieron como una forma de apoderarse del ahorro popular”, sentenció el filósofo José Pablo Feinmann.
Todos los consultados, representantes de distintos sectores progresistas que incluso disputaron electoralmente entre sí, coincidieron en caracterizar a los noventa como el reinado de la derecha, pródigo en el despojo que concluyó con la eclosión de 2001-2002. En aquella oportunidad, fueron los sectores medios quienes salieron a las calles espantados por la confiscación de sus ahorros bancarios y la opresión de no poder pagar sus electrodomésticos en cuotas. Como casi nunca antes, esos argentinos acompañaron a los postergados del sistema, quienes aprovecharon las circunstancias para recordar su eterno desamparo. “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, cantaban. La confluencia de ambos sectores terminó con una veintena de muertes por represión policial y un presidente volando por los aires.
Tiempo después, y devaluación mediante, aquellos argentinos medios recobraron su capacidad de ahorro y olvidaron el cantito. O lo transformaron en otra consigna: “Todos somos el campo”. La rebelión de los patrones chacareros obtuvo la adhesión de los otrora caceroleros, quienes desempolvaron sus cacharros para solidarizarse con una causa ajena. Aunque esta vez, claro, no se trataba de pobres, sino todo lo contrario: los agropiqueteros protestaban por no poder utilizar la totalidad de su renta extraordinaria. Como resulta habitual, las clases medias habían enterrado el lapsus proletario de 2001 para recuperar sus aspiraciones burguesas. Y, agazapada, la derecha interpretó el gesto como una invitación.
A pocos meses de tomar posesión del gobierno, Cristina Fernández encontró una tormenta perfecta. Por un lado, los sectores medios urbanos y rurales –que habían sustentado la gestión de su marido– aportaron militancia y discurso a una oposición que hasta entonces adolecía de todo eso. Por otro, el desgaste de la gestión, el destrato y el sentido de la oportunidad empujaron a la vereda de enfrente a dirigentes peronistas que, formados en la destrucción del rival, se pusieron al servicio del mejor postor. O sea: del multimillonario Francisco de Narváez.
Hijo dilecto de los noventa, habitué de la fiesta menemista en Punta del Este, cara frecuente de Caras y hábil especulador, De Narváez invirtió una fortuna para convertirse en el líder de la restauración conservadora. Y lo consiguió. Acompañado por los medios afines –La Nación fue su más fiel vocero–, los empresarios amigos –la Mesa de Enlace nunca ocultó su simpatía– y los compinches de Unión-Pro, el broker obtuvo la victoria rutilante en una jornada electoral cargada se sonrisas conservadoras. A saber:
En la ciudad de Buenos Aires festejó el intendente y ex alumno del Cardenal Newman, Mauricio Macri, heredero de una de las mayores fortunas del país. Si bien el triunfo de su pupila, la feligresa del cardenal Bergoglio Gabriela Michetti, no fue tan holgado como se preveía, la cifra alcanzó para que ambos reeditaran el bailecito, el cotillón y los confetis Pro.
En Mendoza ganó el vicepresidente “no positivo” Julio Cleto Cobos, quien se consolidó como faro político de la provincia más conservadora del país.
En Santa Fe, el ex gobernador Carlos Reutemann arañó un triunfo que, si bien tuvo gusto a poco, servirá para ubicarlo en la pole de los candidatos “moderados” que tanto agradan a los pregoneros de los-países-serios-que-atraen-inversiones. En Neuquén repitió el Movimiento Popular, célebre por gobernar la provincia durante el crimen del docente Carlos Fuentealba, entre otras represiones a las protestas sociales.
Si bien el mapa electoral evoca a un país políticamente fragmentado y plural, en los distritos de peso se impusieron candidatos de estirpe liberal. La excepción fue Córdoba, donde ganó el ex intendente Luis Juez. Sin embargo, la elección del pintoresco candidato del Frente Cívico, de tinte progresista, tuvo más de revancha que de definición ideológica: Juez se había quedado a las puertas de la gobernación tras un polémico recuento de votos en 2007.
La multiplicación de candidatos conservadores tuvo su correlato en las urnas debido a una combinación de errores oficiales y genética nacional. El Gobierno contribuyó con el primer rubro desacertando en la comunicación de sus intenciones, no sólo electorales, sino también de gestión. Si bien es cierto que el concepto de “modelo” entró en crisis planetaria, ni la Presidenta ni su marido lograron explicar con exactitud los lineamientos que guiarán los próximos dos años de mandato.
La invocación de un “proyecto industrial con inclusión social” no cuajó en un electorado que, al decir de Felipe González, esperaba escuchar las “fórmulas simplificadas” y mágicas de la derecha antes que las “propuestas serias y complejas” de la socialdemocracia. En los electores bonaerenses caló más profunda la vacuidad directa del discurso “segurista” del Pro que los erráticos llamados a “defender un proyecto” que, en el último año, ya había sufrido algunas mutaciones.
Una de ellas fue el regreso K a la cápsula pejotista. En sus días iniciales, el kirchnerismo había promovido la “transversalidad”, una propuesta que ligaba a los movimientos sociales y a las fuerzas progresistas con el peronismo como eje y la “justicia social” como objetivo integrador. Pero la puja por la resolución 125 primero –con el voto contrario del “transversal” Cobos–, y el advenimiento de las elecciones después, dinamitaron la experiencia. Absorbido por el PJ, Kirchner transitó una campaña plagada de simbolismo peronista que ahuyentó a los sectores progresistas de pelo en pecho, brazos y corazón.
Del mismo modo que la presencia de los “barones del conurbano” provocó alergia entre los ex electores K de la provincia, los “progres” de la ciudad de Buenos Aires ejercitaron su tradicional antiperonismo de un modo curioso: encumbraron a Fernando “Pino” Solanas, un peronista pura sangre que, sin embargo, cautivó a un electorado proclive al estereotipo romántico del antihéroe.
Por cierto, el Gobierno no debería tomar la elección de Solanas como una mala noticia. Aunque con un perfil crítico, el cineasta respaldó en público algunas medidas clave del oficialismo, como la estatización de Aerolíneas Argentinas y las AFJP. Si la gestión K, luego de asimilar la derrota en suelo bonaerense, decide retomar con énfasis el sendero del progresismo sin atajos, es probable que encuentre en Solanas un valioso compañero de ruta. Y el derechazo del 28 J será apenas eso: un golpe de aquellos que, cuando no matan, fortalecen.
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La restauración conservadora
No fue un rayo en un día de sol

Por Mario Rapoport -
Si bien es cierto que la historia no se repite, hay momentos en que es bueno recordar hechos del pasado que tienen cierto parecido con coyunturas actuales. No por las formas que asumió ni por su desenlace, más bien por hacer un poco de memoria sobre procesos y mecanismos que nos son útiles para entender mejor algunas cuestiones del presente.
En este sentido, un período de nuestra historia que despierta de nuevo el interés de muchos es la época de la restauración conservadora, la década de 1930, pero sobre todo el proceso previo que dio lugar al derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen, más allá de sus aspectos militares que derivaron en un golpe de Estado. Aquí, la ya célebre frase de Federico Pinedo (“la revolución no llegó como un rayo en pleno día de sol”) cobra todo su sentido. Porque la acción militar, con ser decisiva, no fue el elemento fundamental que provocó la caída del gobierno.
Tampoco es posible atribuir la sola culpa, como muchos lo han hecho, a los errores o a la ineficacia del mismo, a la ya menguada capacidad del presidente, o a los apetitos de poder del círculo cada vez más restringido que lo rodeaba. La crisis económica mundial tuvo una importancia relativa porque sus principales consecuencias no se hicieron sentir de inmediato, aunque constituyó también un argumento esgrimido por los que se oponían al gobierno.
Así, por ejemplo, el editorial del diario La Nación del 1° de septiembre de 1930, poco tiempo antes del golpe del día 6 decía: “(...) Las naciones mejor organizadas sufren actualmente una crisis profunda en su economía. En Gran Bretaña, en Alemania, en los Estados Unidos, la desorganización asume proporciones riesgosas, de una crisis difícilmente soluble, que es la consecuencia de complejos factores de desajuste mundial.
Esos factores repercuten hondamente en la economía argentina, y si a su descuido, a la incomprensión de su trascendencia, a la inactividad para remediar sus graves proyecciones, se mezclan el desquicio político y la ausencia total de administración, de iniciativa, de propulsión en el trabajo y en el desarrollo de la riqueza, no tardaremos en padecer los resultados que conocen los países que se dislocan en la disolución.
Es lo que inquieta al pueblo, que se interesa por algo tan esencial como es la vida del país. La situación acaba por comprometer el nombre argentino en el exterior. Basta ver el juicio de la prensa en el extranjero. Los diarios más autorizados comentan con sorpresa el momento dramático en que ha caído la Nación por el desgobierno y disciernen con acierto sobre sus motivos reales.”
En realidad, el condimento principal, la causa determinante de la caída de Yrigoyen, radicó en la poderosa coalición de intereses económicos y políticos, que ya desde la asunción de su primer mandato, en 1916, y sobre todo desde el momento en que asume por segunda vez, en 1928, volcaron todos sus esfuerzos para desestabilizar al gobierno y crear el clima que facilitara su derrocamiento. Una de las razones era evidente y la diplomacia inglesa la caracterizó muy bien en un informe diplomático de los años ’40: “La experiencia de los gobiernos de Yrigoyen –decía el informe– había convencido a las ‘clases privilegiadas’ de la necesidad de unirse a fin de evitar el peligro comunista que esos gobiernos habían dejado desarrollar, ‘unión’ que pudo concretarse en el golpe militar de 1930”. (Foreign Office A3230/173/2 del 30/3/1942).
Que dicha amenaza existiese o no, realmente poco importa. Lo que interesa es lo que aquellos sectores percibían. Además, las características populares del yrigoyenismo y su mística caudillesca, basada no sólo en la personalidad de su líder sino en la alternativa que ofreció en su momento el nuevo partido político –expresión de nuevas capas sociales– respecto de las fuerzas conservadoras tradicionales, y que la Ley Sáenz Peña hizo posible, no fueron nunca plenamente aceptadas por aquellos a quienes desplazó y menos aún cuando las posibilidades de volver al poder por la vía electoral se fueron haciendo cada vez más remotas.
En realidad, Yrigoyen no afectó en lo esencial las bases del poder de esas fuerzas y en sus gabinetes ministeriales figuraron personajes ligados por diversos vínculos, incluso familiares, a las viejas “élites”. Alvear mismo, el sucesor del “caudillo” en 1922, es un ejemplo de ello. Pero mientras, se pensaba que algunas medidas del gobierno que satisfacían a las élites económicas dominantes –como el Tratado D’Abernon, antecesor por sus características del Pacto Roca-Runciman y firmado en 1929 por Yrigoyen– podían, y se verificó poco después, ser implementadas directamente por una administración conservadora; esos sectores manifestaban, en cambio, una gran preocupación por otras acciones o iniciativas de corte nacionalista, cuya expresión principal fueron las disputas con la Standard Oil y el proyecto de ley de nacionalización del petróleo.
Hoy resulta más claro que la escisión del antipersonalismo y la acción del mismo gobierno alvearista fueron los primeros intentos para quitarle al yrigoyenismo aquellos atributos que se consideraban peligrosos. El desprendimiento del socialismo independiente en el seno del “viejo y glorioso”, como sus dirigentes acostumbraban llamar al partido socialista, contribuyó, por el aporte de sus principales personalidades, de Tomaso y Pinedo, y sus efímeros éxitos electorales, a solidificar la alianza antiyrigoyenista que luego iría a plasmarse plenamente en la “Concordancia”, unión de fuerzas políticas que gobernó el país con Justo, Ortiz y Castillo.
El rol que la prensa, y en especial el popular diario Crítica –“incubadora de los socialistas independientes”, como lo satirizó en su momento Ramón Columba–, fue quizás más significativo de lo que se cree en el proceso de hostigamiento al gobierno y agrupamiento de las fuerzas opositoras: conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes. Lo interesante es que a ese juego se prestó también parte de la izquierda e, incluso, sectores internos del mismo yrigoyenismo, sin mencionar al futuro jefe del partido y ex presidente Marcelo T. de Alvear , que en un primer momento, y antes de pasar a la oposición, manifestó su acuerdo con el movimiento militar.
Es cierto que los civiles solos no hubieran podido derrocar a Yrigoyen y el recurso a los militares era un paso obligado. Es cierto también que diversos sectores militares conspiraban por sí mismos. Pero lo principal es que los dos sectores que dentro del ejército participaron en la revolución, el de Uriburu y el de Justo, agrupaban tras de ellos a fuerzas civiles y no hubieran podido triunfar sin ellas.
El golpe de Estado de 1930 no necesitó por ello un gran despliegue militar porque no fue el resultado de una acción fulminante y puntual, sino la culminación de un largo proceso de hostigamiento y “cercamiento” del gobierno de entonces. En él confluyeron, directa o indirectamente, sectores militares y civiles de distinto signo que por diversas razones estaban de acuerdo con la caída de Yrigoyen. Federico Pinedo tuvo aquella vez razón. El cielo amenazaba tormentas desde mucho antes.
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Durante más de la mitad del siglo XX (1930-1983), la Argentina no pudo procesar sus conflictos en el marco de reglas establecidas por su orden jurídico. Las tensiones severas culminaron, en ese entonces, en golpes de Estado. Además, en ese período y aun después del retorno a la democracia, como sucedió en el marco del descrédito, interno e internacional, el modelo neoliberal conserva considerable influencia, arraigado en intereses concretos y en lo que Galbraith llamaba la “sabiduría convencional”.
Es indispensable, entonces, encontrar respuestas lúcidas a las tres cuestiones fundamentales, vale decir, la relación campo-industria, el papel del Estado y el estilo de relacionamiento internacional. El mayor obstáculo no radica en la gravitación de los intereses neoliberales ni en las restricciones externas. El problema de fondo es la división de los sectores y actores sociales creadores de riqueza, es decir, la falsa división de las aguas dentro del mismo campo de los intereses nacionales. Así se frustraron procesos de transformación en el pasado y corre el riesgo, actualmente, de volver a repetir la experiencia.
¿Qué nos dice, entonces, la elección? Lo principal es que está pendiente la construcción del consenso hegemónico sobre el modelo de país. En diversas expresiones políticas, están dispersos actores económicos y sociales, partícipes necesarios y beneficiarios del desarrollo nacional, los cuales aparecen divididos por cuestiones periféricas a los problemas centrales que tenemos por delante.
Esos problemas consisten en: 1) Impulsar la formación de una economía integrada y abierta fundada en el desarrollo de todo el campo, toda la industria y todas las regiones. 2) Construir un Estado protagonista impulsor de la iniciativa privada, defensor de la soberanía y promotor de la equidad. 3) Vincularnos con el resto del mundo de manera simétrica no subordinada, consolidando la capacidad de decidir nuestro propio destino.
El primer desafío después de los comicios es fortalecer lo logrado. Es decir, consolidar el funcionamiento de las instituciones de la democracia y preservar la gobernabilidad de la economía argentina en sus tres ejes fundamentales, es decir, la moneda, las finanzas públicas y los pagos internacionales. En segundo lugar, es imprescindible clarificar las cuestiones en juego, para evitar enfrentamientos injustificables y la falsa división de las aguas. Un ejemplo emblemático de esta situación es el de las retenciones.
La cuestión debe abordarse en términos de la estructura productiva y la necesidad de tipos de cambio diferenciales para que, desde la soja hasta los electrónicos, textiles y bienes de capital, sea rentable la producción de bienes transables sujetos a la competencia internacional, en el mercado interno y el mundial. Asimismo, es preciso clarificar el papel del Estado, la aplicación de los recursos del sistema de previsión social, la confiabilidad de las estadísticas oficiales y el tipo de cambio que asegure la competitividad de la producción nacional y evite la fuga de capitales. La insuficiente claridad en el tratamiento de los problemas genera antagonismos entre protagonistas que tienen coincidencias en sus intereses fundamentales.
¿Qué puede hacerse para clarificar el debate y generar consensos? Mucho. Entre otras iniciativas, la constitución del Consejo Económico y Social para abrir un intercambio permanente y sistémico entre el Gobierno y los actores económicos y sociales. Se trata de debatir los grandes problemas del desarrollo del país y su inserción internacional, promover y viabilizar las iniciativas desde el sector privado. Es necesario que las representaciones del ruralismo, la industria y el trabajo, planteen sus legítimos reclamos sectoriales en el marco de una visión solidaria, de un país integrado que despliega el potencial de sus recursos y de su gente.
Simultáneamente, el Gobierno podría proponer un amplio debate en el Congreso Nacional, sobre los grandes temas del desarrollo del país y su inserción en el mundo. Al estilo de la experiencia de las democracias de larga tradición, como la norteamericana, cabe instalar en las Cámaras del Congreso y sus comisiones, un espacio permanente de debate de los grandes temas nacionales y generación de consensos, La elección de ayer renueva la esperanza y la posibilidad de cerrar la brecha entre el país real, que ahora tenemos, y el posible, en virtud de su extraordinaria dotación de recursos humanos y materiales.
Es imprescindible generar el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro y el talento argentinos es nuestro propio país. Los recursos están. Es preciso consolidar la confianza en nuestras propias fuerzas. En la capacidad de los argentinos de vivir en democracia y de enfrentar los problemas con lucidez y el convencimiento de un destino compartido. No hay más lugar para el “que se vayan todos” o los destinos sectoriales, distintos del desarrollo nacional en toda la amplitud de nuestro gigantesco territorio.

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